Moisés R. Castillo
En estas tres obras, donde Cervantes delinea su visión del Otro, el lector se siente confrontado con la contradicción existente entre la defensa y la crítica de la ortodoxia cristiana. Es decir, la contradicción que supone el despliegue de múltiples pasajes de una notable ortodoxia cristiana, en los cuales se insertan diálogos que no sólo no concuerdan, sino que subvierten dicha ortodoxia. A mi modo de ver; la razón de ser de estos momentos contradictorios, de estas oscilaciones, tiene que ver con el plan cervantino de sacar a la superficie y desmantelar, con ayuda de la ironía, los ideales fatuos: honor, pureza de sangre, exagerada ortodoxia religiosa, que vienen impuestos por la ideología dominante. Cervantes lleva a cabo su plan, contraponiendo el discurso del honor y la excesiva ortodoxia religiosa con la hipocresía del comportamiento humano. Se ve al moro desde los ojos del cristiano y al cristiano desde los ojos del moro, produciéndose así una especie de "vértigo" que viene a desestabilizar cualquier noción de centralidad cultural. Las nociones de esencialismo cultural están basadas en rígidos mitos como el código del honor, o la pureza de sangre, que no se pueden mantener en la práctica. De hecho, la práctica de las relaciones cristiana-moro, mora-cristiano anula el valor y la viabilidad de esos mitos. En efecto, como desvelan las tres obras, es imposible actuar conforme al ceñidor del honor, o mantener la escrupulosidad religiosa, o de la sangre, sin caer a veces en la inconsecuencia o en el ridículo. En zonas de contacto cultural como Argel o Constantinopla no podemos preservar la fantasía social de que entre el Uno y el Otro haya una diferencia intrínsecamente radical.