El denominado teatro del grottesco fue uno de los grandes movimientos de renovación del teatro italiano en el primer tercio del siglo XX, a pesar de que sus características y nómina distaban de estar claramente definidas. A partir del resonante estreno en 1916 de La maschera e il volto, de Luigi Chiarelli, la denuncia irónica de los convencionalismos sociales (la máscara) que ocultan el verdadero ser (el rostro) informa numerosas obras italianas del período hasta el punto de que pudo incluirse a Luigi Pirandello en esta corriente. Este posible paralelo pirandelliano, junto con el hecho mismo de su función histórica, explican la gran atención que se le prestó en Madrid cuando dos de sus obras, La maschera e il volto y Fuochi d'artificio, fueron dadas a conocer en Madrid primero en la lengua original y especialmente en su estreno castellano. Los críticos aprovecharon la presentación madrileña de La máscara y el rostro para disertar sobre las características del grottesco, que cifraron en la conversión continua de lo caricaturesco en emocional y al contrario, gracias a la cual la sátira social adquiría un espesor irónico más eficaz que cualquier discurso en la lucha contra las convenciones, sea teatrales (eliminación de la distinción entre comedia y drama, tendencia a la tipificación antinaturalista de los personajes), sea morales (rechazo del castigo del adulterio y del honor tradicional). Desde ambos puntos de vista, el estreno de La máscara y el rostro fue un importante acto renovador ante el que el público madrileño respondió con tolerancia desacostumbrada, aunque no deben olvidarse las limitaciones que supusieron la traducción pacata de la obra y la propia ligeraza formal de Chiarelli, que le restó protagonismo en el frente internacional del teatro de vanguardia. Esta ligereza, aún mayor en Fuochi d'artificio, quedaría como una de sus características principales desde el punto de vista de la crítica