Se puede aventurar que existe una afinidad entre el realismo decimonoónico y el fetichismo. La estética realista, según Jakobson, está regida por la figura de la metonimia. La perversión, en el modelo freudiano, también propende al proceso metonímico en su mecanismo. El fetichismo constituiría una respuesta o defensa al horror de la diferencia sexual, a la visión de los genitales femeninos, mediante la conversión de algún elemento contiguo a esos genitales en un tranquilizador sustituto del pene ausente de la madre. La novela realista, por su parte, constituye un intento de conjurar, dominar, fijar o racionalizar el mundo o la realidad � siempre contemplados, como otro o ajeno, bajo la especie de la femineidad � a través de la selección y combinación de una serie de signos metonímicos perpetrados por el viril y fecundo padre autorial. Mi reflexión se estructura a partir de una serie de ejemplares incidentes de Tormento, Tristana, La Regenta y Su único hijo.