Eduardo Lizalde, Gabriel Zaid, José Carlos Becerra y José Emilio Pacheco crean en la década de 1960 una ruptura en la poesía mexicana al intensificar la idea del texto como proceso escriturario y asentar una visión más pasajera y fugaz del poema (lo culto en amalgama con lo coloquial, la cultura popular y los mass media). En sus poemas, los escritores cuestionan la autoridad del texto a través de la glosa, la refundición y la heteronimia, lo que los conduce a la idea de que el poema es una red de ecos propios y ajenos (tradición); esta re-visión se realiza mediante una lectura crítica de sus antecesores literarios. Es decir, la escritura y la lectura se asumen como una toma de pulso: al re-pensar (re-leer) lo anterior (la tradición) para re-presentarlo en el poema, los autores no sólo han re-planteado sus obras, sino también el panorama de la lírica mexicana.