Julio Cortázar postula en su Teoría del túnel (1947) la comunión entre surrealismo y existencialismo, configurando una cosmovisión que permita al Hombre la aprehensión verdadera de la realidad. Esta labor tendrá su manifestación última en la renovación del lenguaje, medio de expresión y formulación de realidades, considerando que un lenguaje restringido, atado a la tradición occidental judeocristiana y a las formas del pensamiento racional grecolatino, supone, por extensión, la asunción de un mundo limitado. Estas consideraciones teóricas han sido aplicadas satisfactoriamente al estudio de la novelística cortazariana, cuya máxima expresión tendrá lugar en Rayuela (1963). Sin embargo, pocas vías de investigación han tratado, aunque sea de manera tangencial, la lectura contextualizada de Teoría del túnel en relación a los cuentos de Julio Cortázar, tan importantes dentro de su propia obra literaria y, en general, de la literatura hispanoamericana y universal del siglo XX. Así, relatos como los de Bestiario (1951) y Final del juego (1956) asumen gran parte del contenido teórico de Teoría del túnel y lo manifiestan, con independencia de la novelística posterior: en la renovación del imaginario poético; en el contenido fantástico donde desembocan la sensibilidad innata del autor y lo que hemos venido a considerar su «metabolización» del surrealismo; y en su «poética de la existencia», que liga la vida y el texto en consonancia con la búsqueda de autenticidad característica de las artes y las ciencias del siglo XX.