Vargas Llosa aborrece de ese afán tan telúricamente latinoamericano de trasladar a la literatura torrentes de palabras exóticas. Aplica un bisturí para extraer del léxico real tan sólo algunos términos y algunas maneras de hablar que dan un ligero color local a la narración sin que ésta se vuelva incomprensible. En un brevísimo fragmento de la novela, sin embargo, parecería a primera vista una concesión excepcional a ese «folclorismo» del que tanto trataba de distanciarse: los piuranos llaman a eso de tal modo y a eso otro de esta otra manera. Un análisis riguroso descubre que es parte de la ficción y que al incorporar algunos de los vocablos aparentemente registrados por el novelista, la lexicografía peruana ha caído en una pequeña y muy ingeniosa trampa.