En 1968, Rosa Chacel terminó de escribir La confesión, un ensayo que confirmaba su interés en conectar la novela moderna con la confesión de su autor o autora. Es éste un ensayo de interpretación textual que además señala el camino a la crítica en un futuro análisis de la obra de la propia escritora, ya que ella piensa ‘que en la confrontación del mundo novelístico de nuestros escritores con el secreto móvil o consistencia de sus vidas, está el camino para llegar a la fantasmagórica y esquiva confesión’. En el caso de Chacel, un cotejo crítico de sus novelas en primera persona con la confesión pone en evidencia la imposibilidad de construir una interpretación de su obra desechando sus intenciones autobiográficas, su biografía o la interpretación de ambas por parte de la crítica. Chacel ha declarado en diferentes momentos su identificación con Leticia Valle y con Santiago Hernández, narradores y protagonistas de Memorias de Leticia Valle (1945) y La sinrazón (1960). El análisis comparado de las confesiones diseminadas en ambas novelas ayudará a mostrar la representación que hacía de sí misma y la fuerza performativa de esta representación, a la vez que sus límites y contradicciones.