Almería, España
Todo empezó en la Universidad de Granada, en 1994. Fui a mi alma mater para formar parte de un tribunal de tesis doctoral. El trabajo cumplía sobradamente con las altas expectativas que caracterizaban al área de Lingüística General granadina en aquellos tiempos: novedad radical, riesgo intelectual, disciplina y método, una sugerente aventura científica. El director era Pedro San Ginés, quien ya entonces nos había sorprendido unas cuantas veces. Aparte de introducir la sinología en España, casi nada, Pedro ha sido siempre una mente profunda e inquieta, capaz de proyectar sus intereses disciplinares hacia ámbitos más amplios, siempre en la última frontera científica. Esta vez su doctorando presentaba una propuesta arriesgada, por extensa e inhabitual, fundamentada en la traductología, la filosofía y la semiótica. En el papel, un voluminoso texto que sin embargo se leía como una novela, lo había resuelto de manera brillante. El acto de defensa resultó incluso mejor, dando muestra de una solvencia y una agilidad inhabituales en quien se supone que está iniciando su trayectoria académica. Emilio Ortega Arjonilla, por supuesto, fue doctor con la máxima nota posible; también con una calificación intangible, la firme convicción de todos los presentes en aquel acto de que frente a nosotros había pasado un joven científico cargado de futuro.