Edith Rogers
En este siglo de las ciencias exactas no es nada extraño que el método científico invada también el campo de las humanidades. La estilística aspira a ser una ciencia; tras la emoción producida por la poesía, se buscan métodos más científicos para penetrar en la creación literaria. Mientras la impresión o la emoción sirva de base o de punto de partida para el trabajo teórico, el método científico puede contribuir a valiosas elucidaciones. Pero, a veces, se pierde de vista una característica esencial de la poesía: que la poesía es “lo que no dice”, la connotación más que la denotación. Por eso, el empleo de la estadística en la crítica literaria es sólo un adelanto a medias, un éxito condicional, que puede ser fatalmente ilusorio. Tiene la ventaja de ser objetivo, impersonal : cada lector por sí puede contar los adverbios o los nombres en un poema y comprobar los resultados. Al mismo tiempo aparece una gran deficiencia: se pasan por alto los numerosos significados implícitos que tiene cada palabra y cada combinación de palabras. Sin duda la investigación objetiva de esos significados es muy difícil; harían falta experimentos psicológicos con un gran número de lectores; para tales experimentos no se han encontrado todavía métodos eficaces. Lo que sigue no presume de ser el resultado de experimentos, y por eso es vulnerable. Es, nada más, una tentativa de demostrar algunas propiedades que tiene el color en la poesía renacentista y barroca, propiedades que a veces eluden la estadística.