Así mismo, señala la paradoja inherente a la representación del dolor; solo cuando comunica su inconmensurabilidad, tiene el potencial de humanizar, de lo contrario ese rostro desrealiza, borra y suspende la precariedad.8 En el caso de Reyes, su narración satírica no sólo denuncia el fracaso de una respuesta ética por parte de quienes estaban encargados de su cuidado, sino además humaniza una niñez que nos confronta con un gesto abrumador. La niña de cuatro años es la elegida para desempeñar la labor y cualquier tropiezo implica el castigo del adulto encargado; una mujer solitaria, severa, sin amigos, ni familia, quien se encuentra en una situación insoluble, condenada al desprecio y a la miseria absoluta por su transgresión y al mismo tiempo responsable del cuidado de ese producto despreciable.10 La carta número dos presenta a una mujer que no tiene otra opción entre el hambre y el pecado. Este personaje, no reconocido como madre, sino simplemente nombrado con el genérico María, accede a la demanda del padre de uno de sus hijos, quien luego de consumar el acto y exigirle que abandone el niño, huye "escurriéndose y frotándose contra la pared" (20), y dejando atrás un fajo de billetes, objeto exceso como lo define George Bataille, deposición del agresor.11 La única evidencia de sus transgresiones deberá ser abandonada en algún convento, gracias a un regular intercambio monetario, "el piojo no vuelve más. Su papá, ese señor que vino aquí, es un gran político, tal vez va a ser el Presidente de la República y por eso él no quiso que su hijo se quede conmigo, dice que tiene miedo" (21).