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Miguel Angel Náter
En el principio fueron las estrellas. Es un niño quien las mira: Samuel, el protagonista de El descubrimiento, la novela más reciente de Manuel Martínez Maldonado. Contaba José Martí que una vez había mirado las estrellas junto a un niño desde una pequeña embarcación en las aguas costeras de La Habana, y supo que para mirar los astros se requería poseer la mirada límpida de un infante. Este niño que ahora mira las estrellas buscándose a sí mismo desde las páginas de la novela que nos ocupa, hace escuela, sin saberlo, con los grandes escrutadores del cielo como Boecio, Ibn Gabirol, fray Luis de León, James Joyce y Ernesto Cardenal. En la literatura puertorriqueña es José Luis González quien mira los astros con sus compatriotas de ficción desde el techo de un edificio de Nueva York cuando el célebre apagón de 1965. El inesperado brillo de las estrellas devolvió a los desterrados por un momento a las resplandecientes luminarias de la patria. Y, con ellas, a su dignidad identitaria perdida. Quien mira al cielo interroga los abismos recónditos del propio ser.
