Con la pandemia generada por la covid-19 presenciamos la “mayor interrupción de la historia en los sistemas educativos” (onu, 2020, p. 2) y durante este ‘hiato’, pudimos apreciar, inequívocamente, la respuesta de los docentes ante la emergencia y las brechas socioeco-nómicas, acentuadas en la nueva y abrumadora realidad. Ese rol del docente, empero, no fue circunstancial ni fortuito; fue el producto de una historicidad, de un cúmulo de experiencias y reflexiones que hoy más que nunca debemos exaltar. También fue el producto de sus saberes complejos, del saber pedagógico como saber práctico(susten-tado, entre otros autores, por Herrera y Martínez Ruiz, 2018), que se erige como una amalgama entre la teoría y la práctica, el ajuste y la acomodación a su contexto. Este saber pone en evidencia la agencia del docente, el significado de las decisiones que toma y de las acciones que emprende en función del contexto y del problema que busca resolver o de la situación que le concierne. Además, no resulta del azar, sino que se conjuga con la deliberación y el juicio "ético" (Carr, 2000). Tal y como sostienen Herrera y Martínez Ruiz (2018):Los profesores, en tanto agentes del saber pedagógico, interpretan en cada acción, decisión y juicio el saber pedagógico del modo en que se interpreta una pieza musical. Ellos son quienes deciden cómo y cuándo actuar de determinada manera, en qué hacer énfasis, qué priorizar y qué no, qué, de todo lo recibido, puede ser vigente para un momento dado (p. 12).