El dómine — que no sabe latín pero se empeña en latinizar el castellano con procedimientos de cómitre—mantiene encastillado en heroicidades dignas de mejor causa todos sus apolillamientos del siglo diecinueve. Quizás en reverso de tanta soberbia haya apenas un poco de frustración. No se estima al pedagogo en estas sociedades semibárbaras que proclaman el triunfo de los hombres machos. El maestro de escuela —expresión peyorativa hasta el sarcasmo— no pasa de ser una especie de liberto, a quien se entregan los mocosos para que no molesten demasiado.