María Teresa Cantillo Nieves
Con la consolidación del castellano como vehículo de divulgación científica, se imprimen en la España del siglo XVI multitud de tratados técnicos que reflejan no sólo los avances de la ciencia del momento, sino también un nuevo caudal léxico que viene a enriquecer la lengua de la época.
Para hacer frente a la expresión de conceptos que antes eran comunicados en las lenguas de cultura, los autores han de recurrir a métodos como la traducción directa de obras anteriores o, en los casos en que nos encontramos ante nuevas realidades, a ser los propios autores, en la mayoría de ocasiones científicos, técnicos o artesanos, los que le confieren un nombre ya en castellano. A partir de aquí, observamos cómo la lengua vernácula es perfectamente apta para abarcar, mediante sus propios procesos de formación de palabras, una considerable porción de la parcela que constituye la terminología científica renacentista.
Una de las técnicas ejercitadas en este período es el Arte Separatoria, tronco, junto a otras disciplinas, de la actual química, que cuenta con el apoyo material de los laboratorios de El Escorial. El amplio volumen de aguas destiladas que se obtienen en ellos da fe de su importancia a finales del XVI, momento en que se imprimen dos tratados que reflejan el estado de la cuestión: el Tratado de las aguas destiladas (1592), de Francisco de Valles, y el Arte Separatoria (1598), de Diego de Santiago.
A partir del léxico especializado extraído de ellos, pretendemos hacer un estudio de los procedimientos de formación de tecnicismos más rentables para este tipo de voces, así como analizar la relación existente entre los sufijos utilizados y los principales campos semánticos que de su examen se deducen.