Guillermo Sheridan
Vasconcelos lo fue todo: hizo la historia y la escribió a la vez; fue un ideólogo, pero también un mistagogo que retorizó vehementemente la zona privilegiada de unos misterios cuya naturaleza siempre escamoteó, ocultándola detrás de ese raro término que venía a sus labios y a su pluma con velocidad sospechosa: el ideal.