Maria Dabija
El Aleph de Jorge Luis Borges, un minúsculo punto en el espacio que refleja todo el universo, tiene un linaje verdaderamente global, hecho reconocido por el propio autor al final de su relato. Afirmando que cita uno de los manuscritos del capitán Richard Burton, Borges enumera toda una serie de dispositivos ópticos similares, que aparecen en textos tan diferentes como Las mil y una noches, La Historia verdadera de Luciano de Samósata y La Reina Hada de Edmund Spenser. En este artículo, propongo complicar esta red intertextual agregando una fuente medieval que ha sido pasada por alto en los estudios sobre Borges: el poema alegórico El Roman de la Rose de Guillaume de Lorris y Jean de Meun, que cuenta la historia de un amante que entra mientras duerme en un maravilloso jardín y emprende la búsqueda de su Rosa, alegoría de la amada. Quizás la razón principal por la que los críticos han ignorado El Roman radica en el ensayo de Borges «De las alegorías a las novelas» (1949), donde lo llama «laberíntico» y descarta todo el arte alegórico como estúpido, frívolo e intolerable para un lector contemporáneo. Mi argumento es que, de hecho, le debe mucho más de lo que le gustaría admitir. Tanto en la poesía como la ficción de Borges, su obsesión de toda la vida por el simbolismo de la rosa está ligada también al poema de De Lorris y De Meun. Prestaré especial atención al episodio de la fuente de Narciso, que prefigura el funcionamiento de su Aleph. Para mediar en esta conexión medieval mencionaré otras dos fuentes que tuvieron gran influencia en el pensamiento de Borges: El ciclo de poemas de T. S. Eliot, Cuatro cuartetos, y el cuento de H. G. Wells, «La puerta en el muro», ambos con la visión de un jardín mágico. El (re)descubrimiento de esta tradición literaria debería proporcionar una nueva visión de la actitud de Borges hacia el método alegórico, las cuestiones de la memoria y la naturaleza de la experiencia visionaria misma.
Jorge Luis Borges’s Aleph, a tiny point in space that reflects the whole universe, has a truly global lineage, a fact acknowledged by the author himself at the end of his story. Claiming that he quotes from one of Captain Richard Burton’s manuscripts, he lists a whole series of similar optical devices, which appear in texts as different as One Thousand and One Nights, Lucian of Samosata’s Vera Historia, and Edmund Spenser’s The Faerie Queene. In this paper, I propose to complicate this intertextual network by adding a medieval source that has been overlooked in scholarship on Borges: the allegorical poem Le Roman de la Rose by Guillaume de Lorris and Jean de Meun, which tells the story of a Lover who enters a wonderful garden in his sleep and starts the quest for his Rose, allegory of the beloved. Perhaps the main reason why critics have ignored Le Roman lies in Borges’s essay “De las alegorías a las novelas” (1949), where he calls it “laberíntico” and dismisses the whole allegorical art as stupid, frivolous, and intolerable for a contemporary reader. My argument is that, in fact, he owes it much more than he would like to admit. In both Borges’s poetry and fiction, his lifelong obsession with rose symbolism is tied to de Lorris and de Meun’s poem as well. I will pay particular attention to the episode of Narcissus’s pool, which prefigures the workings of his Aleph. To mediate this medieval connection, I will bring up two other sources that had a great influence on Borges’s thinking: T.S. Eliot’s cycle of poems Four Quartets and H.G. Wells’s short story “The Door in the Wall,” both with a vision of a magical garden at heart. The (re)discovery of this literary tradition should provide new insight into Borges’s attitude towards allegorical method, questions of memory, and the nature of the visionary experience itself.