A pesar de que las sociedades totalitarias, en general, tienen relaciones poco fluidas con la religión, aquéllas tienden a producir su propio ―mesías‖ (personas cuyo conocimiento del futuro está exento de cualquier clase de incertidumbre) y ―biblias‖ (textos que contienen explicaciones para todo contexto imaginable). Esta expulsión de la contingencia está acompañada de la reducción del ser vivo (por ejemplo, el dictador soviético Stalin) a sus retratos y citas: en el periódico bolchevique Pravda, el dictador soviético a menudo es caracterizado mediante sus retratos sobredimensionados, y una de cada cuatro referencias a él es en realidad una referencia a sus eslóganes y discursos. Este artículo compara este tipo de canonización en la Unión Soviética con procesos paralelos en la Alemania nazi (donde Adolf Hitler y sus textos son reverenciados en un grado mucho menor) y en los Estados Unidos (donde este desarrollo no se produce a pesar de la exposición mediática sin precedentes de Franklin D. Roosevelt). Se observa que la canonización discursiva obedece a múltiples razones, incluyendo su dependencia de redes radiales rígidas de poder y comunicación (opuesta a la rotación de los papeles políticos y sociales en las democracias), a su separación interaccional de los oyentes y, por último, a la remarcable pasividad de sus rituales políticos (reflejados por los medios).
Although totalitarian societies, by and large, have uneasy relationships with religion, they tend to produce their own “Messiahs” (people whose knowledge of the future is free from all kinds of uncertainty) and “Bibles” (texts containing explanations for each and every context imaginable). This removal of contingency is accompanied by a reduction of a living being (for example, the Soviet dictator Joseph Stalin) to his portraits and quotations: in the Bolshevik newspaper Pravda, the Soviet dictator is often featured alongside his oversized portraits, and every fourth reference to him is actually a reference to his slogans and speeches. The article compares such a canonization in Soviet Union with parallel processes in Nazi Germany (where Adolf Hitler and his texts are revered to a much lesser degree) and United States of America (where this development is missing altogether despite Franklin D. Roosevelt unprecedented media exposure). It turns out that Stalin’s discursive canonization has multiple reasons including his reliance on rigid radial networks of power and communication (as opposed to rotation of political and social roles in democracies), his interactional detachment from listeners and, last but not least, his remarkable passivity in political rituals (echoed by the media).